Hemos hecho Petrer-Castalla- Biar-Villena-Petrer.
A decir verdad, ese día intentamos llegar al dichoso
pantano, pero por otra ruta, qué aunque más larga era menos arriesgada respecto
a la perdida de la orientación, o sea por Castalla.
Vía camino de los valencianos rodábamos hacia Castalla
pero a mitad de recorrido Chispi comenzó a perder aire de la rueda trasera. En
un par de ocasiones le “enchufamos” una bombica (la que mejor parecía funcionar
de todas) pero el efecto duraba unos cientos de metros y otra vez a darle al
manubrio. Ya con el castillo de Castalla a la vista el sentido común, la
sensatez, nos aconsejó buscar un taller de bicis en lugar de embarcarnos
nosotros con el cambio de la cámara. Hubo suerte y encontramos mecánico y bar
para almorzar justo al lado, con lo cual mientras se llevaba a cabo la
reparación nosotros también reparábamos las energías. Miel sobre hojuelas.
Además el bar resultó “bo, bonic i barat” y unánimemente aceptamos la
sugerencia del camarero y pedimos la especialidad de la casa que era una coca
sobre la cual podías poner cualquier tipo de condumio y como puede verse en la
foto elegimos la versión de “coca a la catalana” y fue un acierto total.
Después del almuerzo, con la bici de Chispi y los
estómagos en condiciones, decidimos, de nuevo unánimemente, que Tibi y su
pantano quedarían para mejor ocasión, y para que no nos supiera a poco el
recorrido subiríamos el puerto de Biar y a casa por Villena, La Colonia y Sax.
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La coca catalana. No em negareu que fa bona pinta. |
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Otro sábado:
Decidimos quedarnos en territorio conocido para poder refugiarnos o
retornar en caso de que la climatología se tornara mas adversa de la que
encontramos a primera hora de la mañana.
Igual que la semana anterior Chispi le dio carácter y personalidad a
la excursión, que fue tanto ruta de a pie como ciclista, ya que nos llevó por
sendas no transitables en bici para individuos de naturaleza prudente y edad
madura como nosotros tres, así que, como en el coche de San Fernando, “un
ratito a pie y otro rodando”, aunque Chispi a veces se aventuraba refunfuñando:
hace unos años por aquí bajaba yo como un trialero y si me caía rebotaba y
ahora como me caiga tienen que venir a recogerme en helicóptero.
Al salir del extraordinario paisaje arbolado de La Foradá,
fuimos a parar a territorio colonizado por el Centro Excursionista Eldense y
allí encontramos un ambientazo enorme de gentes que hacían barbacoa,
descansaban y reponían fuerzas, celebraban cumpleaños familiares y hasta una
despedida de soltero. Como era de esperar de individuos tan sociables como
nosotros, saludamos a buena parte de la concurrencia e incluso compartimos
alguna “picaeta” con compañeros y colegas de trabajo de Chispi que casualmente
andaban por allí de cuchipanda.
Los bueno de Rabosa es que, tras el bocata, la picaeta,
el herbero, la charreta y las risas, sin darnos cuenta era la hora de comer y
en 10 minutos de bajada estábamos en casa. Una maravilla.